Las razones que enarbola como coherentes se basan en que “si tratamos a los niños como si ellos mismos no fuesen capaces de hacer frente a experiencias dañinas, entonces probablemente estamos mermando su confianza en el futuro, de hecho les impedimos crecer.”
A pesar de que su campo de investigación es la psicología y ese no es nuestro ámbito de trabajo creo que estas afirmaciones no tienen en cuenta la verdadera realidad del bullying y sobre todo, hacen mucho daño al trabajo que realizan muchas personas para afrontar esta problemática. En primer lugar, cuando hablamos de bullying hay que tener en cuenta que no se trata de una situación de un conflicto o violencia escolar, que ya de por sí es grave, sino que se trata de un tipo de maltrato que se produce en el seno de una relación interpersonal con un fuerte desequilibrio de poder y con la participación de otros actores (activos o pasivos) que mantienen esta situación. Es decir, no se trata de un conflicto que pueda surgir entre dos compañeros de clase en un momento determinado sino que la víctima del acoso escolar sufre un acoso prolongado que puede ir desde el insulto, el rechazo, la intimidación y la agresión. Cualquiera que sea el tipo de maltrato, nunca beneficia a nadie soportar, participar o estar presente ante una situación así.
Desde la perspectiva educativa que tenemos que tener en cuenta a la hora de abordar cualquier temática, no creo que en ningún caso la violencia favorezca el desarrollo psicológico y la autoestima de nadie. También es muy importante tener en cuenta que las consecuencias de una situación de acoso escolar no sólo afectan a la víctima, sino también al acosador, por lo que si no se interviene ante el bullying, las consecuencias psicológicas y sociales para ambos pueden afectar al futuro desarrollo de forma muy negativa, por ejemplo, manteniendo las conductas violentas en el tiempo y excediendo el contexto escolar así como un desajuste importante de las habilidades sociales y la autoestima.
En cualquier caso, me gustaría destacar que las afirmaciones que hace esta psicóloga, aunque sea una postura tan legítima como cualquier otra, no creo que beneficien en ningún caso a los niños que sufren acoso escolar, a aquellos que son acosadores, a la comunidad escolar y a la sociedad en general.
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